domingo, 5 de diciembre de 2010

CAPERUCITA ROJA

CAPERUCITA ROJA

Érase una vez una niña que siempre llevaba una capa con capucha de color rojo vivo, por lo que la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre le dio una cesta con comida para que se la llevara a su abuelita.
-      Ve a llevarle estas tortas y un tarro de miel a la abuelita que está enferma.
La abuelita vivía al otro lado del bosque, y la madre de Caperucita advirtió a la niña de que no se entretuviera por el camino.
Como hacía buen día, el bosque estaba lleno de mariposas, y en los árboles cantaban los pajarillos, por lo que la buena de Caperucita no siguió los consejos de su mamá y se detuvo a contemplar el canto de los pájaros.
De pronto el lobo se presentó ante la niña, fingiendo que pasaba por allí por casualidad, y le dijo:
-      Hola, pequeña, ¿cómo te llamas?
-      Caperucita Roja – contestó ella.
-      ¿Y a dónde vas con esta cesta?
-      Voy a casa de mi abuelita, que vive al otro lado del bosque y está enferma.
-      Te propongo un juego – dijo el lobo -. Tú vas por ese camino, y yo por ese otro, a ver quién llega antes a casa de tu abuelita.
-      De acuerdo – dijo Caperucita, y se fueron cada uno por su lado.

Pero el astuto lobo había escogido el camino más corto y llegó mucho antes. Llamó a la puerta de la casa de la abuela: POM POM, e imitando la voz de Caperucita se hizo pasar por ella.
-      Buenos días, abuelita, soy yo, tu nieta Caperucita.
-      Entra, hijita – dijo la anciana - ; la puerta está abierta.
Entonces el lobo entró en la casa y se abalanzó sobre la pobre abuelita, que saltó de la cama gritando aterrada, justo en el momento en que la fiera caía sobre ella, dispuesta a devorarla. Aunque era vieja y estaba enferma, la abuelita era una mujer valiente y decidida, y no estaba dispuesta a dejarse atrapar por el lobo tan fácilmente: Se defendió a escobazos del hambriento animal, y cuando se dio cuenta de que las fuerzas iban a abandonarla y no podría resistir más, corrió a encerrarse en un armario, donde no tardó en quedarse dormida.
-      Bah, no importa – dijo el lobo -. Esta vieja no era nada apetitosa. Será mucho más agradable comerse a Caperucita.
Temeroso de que la niña se le escapara igual que la abuela, el astuto lobo decidió tenderle una trampa. Hurgando en los cajones de la anciana encontró un camisón y un gorro de dormir, y se los puso. Luego corrió las cortinas para que en la habitación hubiera poca luz y se metió en la cama de la abuelita, tapándose hasta los ojos con las mantas.
Mientras esperaba, al lobo se le hacía la boca agua.
Entretanto, Caperucita, que había ido por el camino más largo, seguía entreteniéndose recogiendo flores y escuchando a los pájaros. Por fin llegó a casa de su abuelita y llamó a la puerta: POM POM.
-      Pasa, hijita, la puerta no está cerrada – dijo el lobo imitando la voz de la abuelita.
Caperucita entró en la casa y se acercó a la cama de su abuela. Como había poca luz, no se dio cuenta de que era el lobo y se sentó a su lado. Pero a medida que se iba acostumbrando a la oscuridad, la niña iba notando el extraño aspecto de su abuela.
-      Abuelita, qué orejas más grandes tienes – dijo.
-      Son para oírte mejor – dijo el lobo, disimulando la voz.
-      Abuelita, qué ojos tan grandes tienes.
-      Son para verte mejor.
-      Abuelita, qué…, qué dientes tan grandes tienes…
-      ¡Para comerte mejor! – gritó el  lobo y, saltando de la cama, se abalanzó sobre Caperucita con la boca abierta de par en par y los ojos brillantes como carbones encendidos.
-      ¡Socorro, abuelita! – gritaba la pobre niña huyendo del lobo.
La abuelita, que seguía encerrada en el armario, se despertó al oír los gritos de Caperucita y salió dispuesta a arriesgar su vida para salvarla. Ella también empezó a gritar socorro y a correr por toda la casa, pero poco podían hacer contra aquel lobo feroz.
Afortunadamente, pasaba por allí cerca un cazador, que al oír los gritos de Caperucita y la abuela acudió corriendo, justo en el momento en que el lobo se disponía a devorarlas. Al ver al cazador con su escopeta, el lobo huyó despavorido.
-      Caperucita, querida – exclamó la abuela -. ¡Precisamente hoy tenías que venir a visitarme! ¡Cualquiera diría que el lobo te estaba esperando!
-      Así es, abuelita – confesó la niña -. Me encontré con él en el bosque y pensé que quería jugar conmigo.
-      ¡Ay, Caperucita! ¿Cuántas veces te hemos dicho tu madre y yo que no te entretengas en el bosque ni te fíes de los desconocidos?
-      ¡Tienes razón, abuelita, no volveré a hacerlo nunca más!
Y la anciana y la niña se abrazaron temblando aún del susto.
Cuando volvió a su casa, Caperucita le contó lo ocurrido a su madre y prometió no volver a entretenerse en el bosque. En cuanto al lobo, nunca más volvió a aparecer por allí.
  Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.



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